Un corresponsal le preguntó a Stephen Schettini con respecto a que perspicacia tendría con respecto a la relación guru-discípulo y la conveniencia o dificultad de tal modelo en nuestra época contemporánea. Le preguntaron: “¿cómo lidia usted con el rechazo de tales relaciones en su propia vida?, y ahora en su papel de maestro, ¿cómo se lo plantea?”
Primero con respecto al origen de mi propia experiencia de la relación guru-discípulo como la conocí dentro del contexto del budismo tibetano, mi respuesta personal es la siguiente:
El maestro dentro del Budismo tibetano
El asunto del guru es tan natural para los tibetanos que nunca ni siquiera se lo cuestionan. Cada monje que conocí expresa un profundo amor filial por su maestro. Mientras describen sus cualidades, frecuentemente lloran lágrimas de gratitud. Antes de aprender el abecedario o sus oraciones matutinas, a los niños monjes se les enseña a ver a sus maestros como la fuente completa de toda la bondad y como la única esperanza para escapar de la existencia cíclica. Lo que esto pueda significar para cada uno de ellos de manera personal, es difícil de decir, pero me hacía reflexionar en mi propio conflicto de niñez con la desesperación entre el infierno y el amor de Dios.
Si los occidentales nos sentimos conflictuados por el tema del guru, es porque nos es muy poco familiar. A los monásticos católicos se les demanda obediencia hacia el abad. Y la veneración incluye rendirse al Todo Poderoso, pero no hay un llamado a la devoción hacia otro ser humano. Los occidentales algunas veces caen en formas de devoción al guru tan santurronas que simplemente no son creíbles. Obviamente tienen algún tipo de propósito oculto y/o necesidades subconscientes. Ya sea que el guru de hecho lo solicite o simplemente lo hagan por ellos mismos, son chantajeados por la idea de que el verdadero conocimiento viene solamente a través del Guru. Así es como yo me sentía de joven cuando fui monje mientras intentaba intensamente entrar al ambiente de ello.
Los occidentales no sentimos una inclinación natural para ver como fuente de todo conocimiento a alguna persona. Ya a mitad de la secundaria hemos aprendido que el conocimiento surge de la investigación, y que incluye diferencias en opiniones, un escepticismo sensato y debate.
Debate, Escepticismo y el arte Gelugpa de las definiciones
El Debate (tib: ‘tsenyi mtshan nyid) era lo que a mi maestro Geshe Rabten le importaba más que cualquier otra cosa. Al menos esa es la manera en que traducimos la palabra tibetana que si fueramos más literales significa “definiciones”. Los niños tibetanos aprenden primero memorizando textos crípticos a los que luego les es revelado su significado a cuenta gotas y luego haciendo esparring unos con otros en el patio. Esta competencia dialéctica va atizando a los maestros del mañana del vasto proletariado monástico, malabareando las ideas con gran delicadeza. Sin embargo nunca realmente desafía la autoridad.
De hecho, la devoción al Guru no es una característica de estas enseñanzas lógicas, si no mas bien del tantra, que manipula las emociones (particularmente el deseo y el enojo) y el cual es enseñado bastante tiempo después de la cosa racional. Como quiera que sea, en su entrenamiento básico los jóvenes monjes tibetanos aprenden a someterse a sus superiores, mezclarse con sus iguales y ser amables con los inferiores. La estratificación es algo integral y esencial de la vida tibetana. Se encuentra enraizada en el propio lenguaje. Hay grupos separados de sustantivos y verbos para hablar hacia arriba, de frente o hacia abajo de otros tibetanos.
Después de un entrenamiento básico, algunos monjes entran al colegio tántrico para aprender ritual, magia y simbolismo. En este camino acelerado hacia la budeidad, el guru es primordial. Entre iniciaciones secretas y pensamientos contra intuitivos con respecto a la renuncia, la perspicacia y la compasión, la propia actitud hacia el lama que ha dado la iniciación hará o deshará al iniciado, quien lo debe de ver como alguien completamente iluminado. Uno debe verse así mismo de igual manera, completamente iluminado, ya que el tantra toma “el logro como camino”
Algo de lo que los budista occidentales no se dan cuenta del todo, es que hay muchos tipos de relaciones maestro-estudiante. Nuestro primer maestro es meramente un instructor, alguien ante quien uno hace los votos ordinarios es un preceptor. El profesor con quien uno vive y es quien enseña la etiqueta monástica, es como un padre; y la relación tántrica de discípulo-guru ni siquiera es establecida, a menos que la mentalidad iniciántica sea impecablemente transmitida. Asistir al ritual no es suficiente. Uno debe de estar físicamente listo, capaz y receptivo; y la relación debe de contar de un potencial intrapersonal verdadero. Se espera que el estudiante verifique al maestro, frecuentemente por años, hasta que él o ella estén completamente seguros que quieren formar parte de esa relación.
No debería ser necesario señalar que a través de todo esto, uno ha de mantenerse fiel a la esencia del budismo de mantener una mente crítica, y es aquí en donde la mayoría de los occidentales nos perdemos en preguntas sin respuesta: ¿Cómo mantenerse crítico hacia un superior mientras al mismo tiempo lo consideras completamente iluminado? Y ¿qué es lo que “completamente iluminado” significa en términos cotidianos?
Hay, sin embargo, una pregunta para la cual no hay respuesta a pesar de que requiere de una honestidad inusual: ¿Acaso auténticamente uno entra en una relación profundamente simbiótica con ese maestro particular o es solamente una proyección fantasiosa de un super ambisioso neófito?
Recuerdos personales
Desperté con esta pregunta algunos años después de asistir a mis primeras ceremonias tántricas y después de luchar con las profundas dudas acerca de mi compromiso. A pesar de que mis maestros ciertamente eran doctos y compasivos, yo los había visto comportarse bastante ordinarios, con fallas de ser humano, básicamente en el mismo piso que yo. Me sentía profundamente culpable por tener esta percepción en aquel tiempo, aunque hoy me parece perfectamente razonable y hace que le sonría a mi joven yo.
Esto me llevó a preguntarme en qué creía, pero sobretodo, porqué creía. Las respuestas llegaron inundándome, y con ello, el darme cuenta que las había estado embotellando. Esto es lo que descubrí: Lo que yo quería de mis maestros era la certeza de que estaba en el camino correcto, la seguridad de estar en las manos correctas, y la libertad de saber que, si tropezaba, habría alguien ahí para cacharme, o al menos mover su dedo benevolentemente para señalarme que es lo que me estaba faltando.
Pero esto va en contra de la tradición abrazada por el Buda, de la cual surgen todas sus enseñanzas. El dejo su hogar para convertirse en un samana, un vagabundo sin hogar que vio la felicidad y la infelicidad como nada más ni nada menos que el producto de sus propias acciones. Para él, los velos de la ilusión son los retos interiores que no pueden ser retirados por nadie más.
Me regresé para consultar del Canon Pali, que son los únicos textos budistas que preceden a los desarrollos posteriores del Mahayana, Madhyamika o Tantra. No encontré en ellos mención alguna a Gurus o devoción. Descubrí que en sus últimos años algunos de los discípulos del Buda le preguntaron quien lo reemplazaría. El no señaló a nadie, diciendo solamente que las enseñanzas en si mismas los guiarían.
Me puse a investigar en la historia del Budismo y vi que, conforme fue creciendo y fue siendo absorbido por las diferentes culturas, fue adquiriendo sus argumentos y sus símbolos, sus inclinaciones y prejuicios. ¿y cómo no iba a ser así? El Dharma, como todo lo demás es contingente. Las formas que iría tomando con el tiempo fueron moldeadas por causas y condiciones, y lo que surgió de sus varias reencarnaciones sería el reflejo de esas culturas.
¿Cómo desenmarañar todo esto? Miles de eruditos en todo el mundo han tratado de hacer esto a través del análisis de los textos, y cada vez más a través de la filosofía comparativa y de la arqueología. Y luego hay toda otra fuente de este esfuerzo: aquellos que han intentado entender lo que el Buda quiso decir a través de su propia experiencia, en donde lo que no parece importante va decayendo de manera natural, y las prácticas efectivas vienen a ocupar un primer plano. Este fue mi camino, siempre he desconfiado de la sofistería y he admirado al Buda por su hábil manera para lidiar con creyentes, ritualistas y cuestionadores de preguntas imposibles.
¿Cómo afecta esto mi enseñanza? Es simple y liberador. Enseño lo que he aprendido de mi propia experiencia, nada más. Me abstengo de la teoría y si alguien realmente quiere saber acerca de algún principio en el budismo, lo explico tan bien como puedo distanciándome de las conclusiones teóricas. Evito la jerga. Mi punto no es que yo lo sé mejor, sino que este camino no es del conocimiento, es de la perspicacia; y una perspicacia básica es el darnos cuenta que aquello que percibimos es inestable y compuesto. Lo que nos beneficia es soltar nuestras certezas y alcanzar el final de nuestras opiniones.
A mis estudiantes no necesito explicarles esto, es por esto por lo que llegaron. No están buscando más cosas, saben que no hay nada nuevo bajo el sol. Mas bien, quieren nuevos ángulos de lo que ya saben, que para muchos de ellos es ya mas que suficiente. Escucharme, en mi reflexionar de la vida, les proporciona el ver las cosas desde otro ángulo, y cuando el momento es apropiado, su propia perspectiva cambia.
Frecuentemente me cuestionan, algunas veces están en desacuerdo. Entonces respiro aliviado porque esto confirma que no he hecho nada para adormilar sus instintos naturales. Entienden el punto. Todo se trata de desnudez emocional y escepticismo intelectual.
A mi me entrenaron para legar las interpretaciones y los valores culturales aprobados por mis maestros y sus linajes tibetanos. Pero hace mucho tiempo que decidí alejarme de eso. Comparto sólo lo que he interiorizado. No soy tanto un teórico, sino más bien un cuenta-cuentos. Estoy feliz con ese nivel. ¿Qué es el despertar, sino la experiencia libre de intenciones ocultas?
(este post traducido por Nayeli Maillefert Rovira)