Amor deshonesto y los horrores de la compasión

He perdido la fe en el amor universal. Quizás es porque amo a mi mujer y a mi familia y porque nunca he sido más feliz por lo que puedo finalmente abandonar este sueño imposible.

En mi época religiosa intentaba con mucho empeño ser un buen chico y amar a todo el mundo. Sonaba bien en la teoría, pero el hecho es que la gente me molestaba. Una y otra vez me encontraba frente a dos malas elecciones: negar mis sentimientos y pretender amabilidad, o aceptarlos y que me diera todo igual.

No soy tan gruñón como solía ser, pero aún soy incapaz de imaginar un mundo en el que todas las personas se amen unas a otras. Algo en el cuello de mi estómago me dice que sería extraño. Sin discordia, ¿cómo apreciaríamos la concordia? Con el amor universal garantizado, ¿quién se tomaría la molestia del amor personal?

La honestidad aporta la claridad mental sin la cual la compasión queda profundamente incompleta

Habiendo tomado esa atroz decisión, descubrí algo curioso: ahora la gente me importa más que nunca. Es como si el amor fuese una cosa y la compasión, otra. Supongo que no están conectadas, a pesar de que siempre se pronuncien en el mismo suspiro. De todos modos, me siento más honesto ahora.

Y hablando de eso: no me sorprendí cuando recientemente vi una encuesta que situaba la compasión en el primer puesto de una lista de buenas cualidades humanas, al frente de todas las demás. Como temía, la honestidad estaba muy hacia abajo, sin glamour y pasando desapercibida. Esto me hizo fruncir el ceño. La honestidad aporta la claridad mental sin la cual la compasión queda profundamente incompleta.

La cara opuesta de la honestidad es la negación. Lo extraño de la inteligencia humana es que podemos encubrir y esconder a nosotros mismos nuestros propios motivos. Un terrorista suicida se niega el dolor que en realidad le motiva, convencido de que, en lugar de eso, actúa por Dios.

Sentir compasión por los demás es reconocer en ellos tu propia humanidad, y la suya en tí

La negación, el rechazo, yace bajo las miserias diarias así como tras grandes maldades. Nos deja meter la cabeza bajo tierra, ver lo que queremos ver e ignorar la realidad. A causa de la negación, hacemos como si nuestros sentimientos dieran igual, como si fuéramos buenos cuando somos malos y malos cuando somos buenos. Durante miles de años esto nos llevó a creer que la guerra era el camino hacia la paz, que matar es bueno. Sabemos hacerlo mejor; no obstante aún justificamos el autoengaño con racionalizaciones fáciles que descarrilan nuestro juicio y destruyen nuestra paz.

La compasión no es un acto de amor sino de aceptación. Su poder yace en su habilidad de transformar la mente que la alimenta.

La honestidad es innegociable cuando tratamos de nuestros sentimientos hacia los demás, así que seamos claros. La compasión no es un acto de amor sino de aceptación. Su poder yace en su habilidad de transformar la mente que la alimenta. No necesitas amar o siquiera apreciar el objeto de tu compasión. Sin embargo, necesitas imaginación. Sentir compasión por los demás es reconocer en ellos tu propia humanidad, y la suya en tí. El amor universal es otra cosa: es idealista y abstracto. Cierto, es también atractivo, ¿pero es eso lo que de verdad sientes? ¿Amas a todo aquél que encuentras, o estás intentando ser un santo?

Esto es cruda honestidad. Sé que asusta a la gente, pero las más elevadas cualidades de la mente humana no pueden programarse. No hay fórmulas espirituales. La honestidad, la compasión y el amor no son sólo ideas. Puedes hablar sobre ellas y creer en ellas todo lo que quieras, pero al final son cosas que haces.

Existe una extendida actitud pasiva de que las cualidades ‘suaves’ como el amor y la compasión, el respeto y el interés, son obvias y no hay necesidad de examinarlas, como si lo único que importara fuera ser cálido y blando. Ésta es una burrada absurda. La compasión sin claridad es una pálida sombra de si misma.

A todos nos sabe mal por las víctimas de Anders Behring Breivik, el terrorista noruego que disparó y mató a sesenta y nueve personas una tarde de 2011. Si hubierais visto mi cara ese día habríais pensado que expresaba compasión; pero en realidad era miedo. Podría haber estado ahí, pero no lo estuve. Podría haber sido afligido por la muerte de un conocido, pero no fue el caso. Palpé mi cuerpo y mis extremidades, aliviado por estar sano y salvo. A medida que los datos iban llegando, la sensación mutó hacia la tristeza. ¡Qué sufrimiento! Qué tragedia. Esa pobre gente.

Compasión significa ‘sentirse junto a’

Todo esto es muy humano. Es bueno, bondadoso y decente; pero hay más. ¿Qué pasa con quien disparó? ¿Cómo se siente él?

¿Te choca? ¿Te repele? ¿A quién carajos le importa cómo se siente?

Es más, ¿la compasión consiste en comprender mejor la condición humana, o en juzgar? ¿Son estas dos cosas mútuamente excluyentes? ¿Podemos permitirnos el confundirlas?

Yo no estoy confundido. Rechazo los actos de Breivik; y al mismo tiempo trato de entenderlos. Compasión significa ‘sentirse junto a’. No hay juicio ahí, no hay declaración de bandos, no hay amor ni odio. Es una puerta de salida de los confines de mis propias actitudes, una manera de comprender más allá de la perspectiva egocéntrica que me contiene, me protege y me estrecha las miras. La compasión es la más grande de todas las virtudes porque nos da la posibilidad de poner el pie en una realidad mucho más vasta. No es fácil. Da miedo.

Mi intento de ‘sentirme junto a’ Breivik no es cálido ni blando en lo más mínimo. Honestamente, es más bien enfermizo el preguntarse si, en un lugar y tiempo distinto, esto no hubiera podido ser yo. La compasión me permite ver cómo se aisló moralmente, cómo racionalizó sus acciones, cómo reorganizó la imagen que tenía de si mismo en una de mártir y héroe.

No puedes rechazar la negatividad y aceptar todas las dimensiones de la vida

Por supuesto, no puedo igualar sus pensamientos. No tengo manera de saber lo cerca que pueda estar de lo que realmente sucedió, pero esto no importa tanto. No estoy, de ninguna manera, explorando su mente, sino la mía. Estoy comprobando todo mi potencial. Esto me ayuda a comprender mi propia negación y sus perversidades. Es desagradable, pero es cierto.
A los gurús del New Age les encanta dirigirnos hacia nuestro ‘pleno potencial’, pero ¿quién recuerda que la inhumanidad es parte de ese potencial? Si estás empeñado en ser positivo cueste lo que cueste, ver sólo lo bueno en la gente, creer férreamente en el éxito, la salud y la longevidad, estás censurando pedazos enteros de tu potencial: una gran mitad, de hecho. No puedes rechazar la negatividad y aceptar todas las dimensiones de la vida. Intentarlo es hacer una apuesta a la decepción.

Ya es hora de dejar de descontar a los Breiviks y terroristas suicidas de este mundo como si fueran especies aparte. ¿Cuán más claramente entenderemos entonces los giros y los enredos del corazón humano? Quién sabe; quizás hasta dejemos de esquivar el mal y reunamos el coraje para afrontarlo, hablar claro y actuar antes de que se vuelva monstruoso. Puede que nuestros tropiezos sean triviales comparados a los de ellos; pero ellos no son de una naturaleza distinta. Como nosotros, esas personas están motivadas por la necesidad humana básica de sentirse aceptados, de que se les reconozca por lo que hacen. Como nosotros, ellos racionalizarán como puedan y negarán aquello que deban para tener ese sentimiento de aceptación, incluso si es totalmente imaginario, o hasta perverso.

Si podemos identificarnos con eso, entonces deberíamos. Solamente al comprendernos a nosotros mismos podemos cambiar en las formas que queremos.

 

Author: Stephen Schettini

Host of The Naked Monk

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